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La economía verde y la sostenibilidad podrían salir reforzadas con la crisis sanitaria

Hay quien dice que la pandemia del coronavirus no es una fatalidad y que tiene su origen en la explotación agresiva del planeta en las últimas décadas. La vinculación de la crisis sanitaria con el cambio climático tiene su lógica. Y hace pensar que la mejor manera de evitar futuras catástrofes víricas pasa por repensar el modelo y apostar por la economía verde y la sostenibilidad.

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Según un trabajo de la bióloga estadounidense Felicia Keesing publicado en la revista científica ‘Nature’, la mitad de las enfermedades animales que han pasado al ser humano desde 1940 tienen que ver con el cambio de uso de la tierra, la agricultura o la caza. 

Mucho antes, la fiebre amarilla, de la que ha habido muchas oleadas del siglo XVII a esta parte, también tuvo un comportamiento parecido. La pandemia fue llevada por esclavos africanos al continente americano. Y tuvo como origen el contacto con mosquitos que se produjo en las selvas africanas durante talas de árboles y largos procesos de deforestación. Y hay muchos más ejemplos.

El periodista y divulgador David Quammen recorrió el mundo durante años en busca de los virus zoonóticos. Es decir, los que saltan de animales a humanos y causan las pandemias. De esa investigación salió el libro que inspiró la película ‘Contagio’, de 2011. En esa obra muchos han visto numerosas y pertinentes similitudes con la pandemia actual de coronavirus. 

La vacuna del coronavirus “ya la teníamos”

Pues bien, hace poco Quammen aseguraba en una entrevista que nosotros somos los primeros responsables de lo que está ocurriendo. En su opinión, nuestras decisiones, lo que comemos, la ropa que vestimos, los viajes que hacemos o la energía que consumimos, cuentan mucho. Y al final suponen una presión insoportable para el mundo natural. Como resultado se produce el acercamiento de los virus que viven en animales salvajes a nuestra vida. 

En otra entrevista reciente, el científico del CSIC Fernando Valladares era muy explícito cuando decía que la vacuna del coronavirus “ya la teníamos y nos la hemos cargado”. Se refería Valladares a que es precisamente la biodiversidad el mejor antídoto contra el contagio de los virus de origen animal. 

Cuando hay muchas especies distintas, animales grandes y pequeños, carnívoros y herbívoros, mamíferos y reptiles, se establecen relaciones de competencia. De depredador y presa, parasitismos, etcétera. Esta diversidad de interacciones hace que unas especies controlen a otras y regulen su población”, explicaba Valladares. 

El deshielo aumentará la amenaza vírica

Este científico también avanzaba otra amenaza. La de un calentamiento global que aumentará la presencia vírica. La razón es que la desaparición de enormes capas de hielo en la superficie terrestre va a poner en circulación microorganismos que estaban fuera de juego. Tendremos que lidiar con mucha vida microscópica congelada en los glaciares desde hace millones de años y que ni siquiera conocíamos. 

Valladares también reconocía que la desertificación y la atmósfera contaminada hacen que los patógenos aguanten más tiempo y viajen mejor. Como resultado, él y muchos como él tienen claro que la mejor vacuna que nos podemos administrar es el cuidado de la naturaleza. Y contar con ecosistemas equilibrados que repartan la carga vírica entre muchas especies. 

En medio de este clima de opinión, están levantando su voz ONG, políticos y ambientalistas. Consideran que la única manera de evitar desastres futuros del calibre de la COVID-19 será cambiar drásticamente y apostar por la economía y la sostenibilidad. Eso también conllevará un cambio de nuestros usos y costumbres. Todo un reto. 

Apuesta europea por la economía verde

A mediados de abril, 180 personas, entre ellos responsables políticos, directivos de grandes multinacionales, sindicatos, ONG y expertos, firmaron un manifiesto. En el mismo se pedía a la Unión Europea que fuera precisamente la lucha contra el cambio climático la principal estrategia económica para salir de la crisis que dejará la COVID-19. 

El escrito de estos líderes de opinión se alineaba con la carta que 13 ministros de Medio Ambiente y Clima de la UE enviaron también en abril a Bruselas pidiendo que no se dejara atrás por la crisis el Pacto Verde que estaba llamado a ser la hoja de ruta de Europa para luchar contra el cambio climático. Una hoja de ruta que ha sido bandera de la nueva comisión presidida por Ursula von der Leyen. Y que, en última instancia, está destinada a lograr que la economía comunitaria se desenganche de los combustibles fósiles. 

En Europa, la Comisión y países como Alemania, Francia o España, entre otros, están convencidos de que las “inversiones masivas” que nos sacarán de la crisis deben estar orientadas a consolidar un nuevo modelo económico que gire alrededor de los “principios ecológicos”. Porque, como dicen los científicos, la mejor vacuna contra la COVID-19 está en una naturaleza diversa y limpia. 

Las prisas son malas consejeras

Sin embargo, hay que tener en cuenta que esto es una apuesta de largo plazo, y en una situación de emergencia sanitaria, pero también económica, las prisas por poner en marcha el sistema productivo y facilitar una rápida recuperación para atajar la sangría de desempleo que se está produciendo quizá aparquen otra vez estos planes verdes. 

No hay que olvidar que hoy por hoy el grueso del aparato productivo mundial y europeo sigue dependiendo de los combustibles fósiles. Y ponerlo a andar es tan fácil como girar la llave de contacto del coche. Sin embargo, un plan asentado en la economía verde y la sostenibilidad es más conveniente, pero más comprometido y menos resolutivo a corto plazo. El debate, otra vez gracias a la COVID-19, está servido.

Imágenes | iStock.com/ArtJazz, iStock.com/FlorenRols, iStock.com/Petmal

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