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Techo de cristal, conciliación, igualdad de salarios… Ocho mujeres nos cuentan qué les preocupa

Altas, bajas, rubias, morenas, solteras, casadas, viudas, divorciadas, trabajadoras por cuenta ajena, emprendedoras, en paro, madres, sin hijos… No hay dos mujeres iguales, aunque muchas comparten las mismas inquietudes y los mismos miedos (eso sí, no siempre en el mismo grado). Hemos hablado con ocho mujeres para que nos cuenten qué es aquello que les quita el sueño y cómo se podría solucionar.

 

La reducción de jornada que truncó mi carrera

Discriminación laboral, salario, conciliación, techo de cristal y machismo son, por este orden, las principales preocupaciones de Virginia, Ingeniera Técnica en Informática de Gestión, «madre, proactiva y ‘creativa’ en mis ratos libres, que casi no existen», que reconoce que sufre, en gran medida, alguna de estas lacras. «Llevaba 18 años trabajando en la misma empresa. Desde que solicite reducción de jornada (hace nueve años) para poder conciliar, mi carrera profesional se ha estancado, y mi poder adquisitivo se ha reducido debido a la reducción del 12% de mi sueldo, y no haber tenido ningún incremento salarial en nueve años”. Y se lamenta: “todo esto es porque en lugar de trabajar ocho horas, trabajo siete”.

En su opinión, estas situaciones no son exclusivas del sector donde trabaja, sino que es algo de todas las industrias. “Es complicado ser madre y trabajadora, y cuando lo eres te miran con lupa”, asegura. Y defiende que una persona con una reducción “casi” trabaja más que otra que no, “ya que se le mira con lupa su trabajo y que éste salga bien. Solo tenemos 20 minutos para almorzar, así que ir a desayunar, café de media mañana, comida y sobremesa de dos horas, no lo hacemos, por lo que el tiempo de trabajo es más productivo. No digo que el que hace jornada normal no trabaje, solo digo que parece que por trabajar una hora menos que el resto no somos productivos”.

Desespera que se hable de la conciliación solo para las madres, como si los niños no tuvieran padres. Los dos necesitan conciliar por igual. Se debería hablar de “parejas” que tienen que conciliar el trabajo con los hijos

Esta trabajadora considera que todos los trabajadores, independientemente de su situación personal, deberían conciliar. “No todo es trabajo. Compaginar trabajo/ocio, trabajo/familia, trabajo/familia…. Horarios de 9 a 9 no son útiles”.

También señala que su trabajo no acaba cuando sale de su oficina. “Cuando salgo a las tres de la tarde no me voy a mi casa a descansar: voy a cuidar de mis hijos, trabajo muy duro, no pagado, ni reconocido”.

¿Se pueden arreglar estas situaciones? Virgina no es partidaria de hacerlo por ley (y tampoco es partidaria de las leyes de paridad, cree que el tema es plantearse por qué tan pocas mujeres llegan a puestos de responsabilidad), pero sí con educación. “Intento enseñar a mis hijos de igual forma, siempre dentro de las obligaciones de cada edad. Educar en igualdad. Y que todo objetivo requiere un esfuerzo, si quieres algo en esta vida hay que trabajarlo, no hay nada regalado”.

 

Con más mujeres en puestos directivos, cambiaría el modelo productivo

Pilar, programadora de profesión, considera que, afortunadamente, nunca ha sufrido acoso y que puede conciliar porque “de momento tengo buen horario”. Pero sí cree que, al trabajar para subcontratas, “cobro 6.000 euros menos al año que mis compañeros de empresa en el cliente, en parte por tener una empresa más intermediaria, pero estoy segura que un hombre se impondría más que yo, o se habría ya cambiado, o le ofrecerían más”.

Así, apunta a que el machismo está en todo: “Mi jefe es hombre, me revisa todo lo que hago, no se fía. Mi gerente es hombre. El gerente de mi gerente también. En las empresas de servicios informáticos donde he trabajado empiezan con 25 años igual o más mujeres que hombres; a los 34/35 años hay un bajón, porque quedamos embarazadas y muchas se van a cuidar a sus hijos o padres a casa y ya no vuelven. A los 50 casi todo son hombres los que quedan, por supuesto, los directivos son 90% hombres. Las mujeres que quedan están en puestos bajos, muy pocas hacen carrera profesional”.

Este machismo lo traslada también a otros sectores, como la hostelería. “Los cocineros famosos son hombres, pero el 90% de las mujeres cocinan más que los hombres”. Y cuando el sector está feminizado, no suele ser buen síntoma: empleadas de hogar, cuidadoras… “trabajos precarios y mal pagados”.

Por eso, Pilar es partidaria, además de la educación (“más de los chicos, lo ven menos, no se explica, se les consiente…”) de las leyes de igualdad salarial, de paridad obligatorias para todo (directivos, políticos, banca, etc.). Para esta programadora, estas medidas son positivas y necesarias porque “cambiaría el modelo productivo. Las mujeres son más efectivas en menos tiempo, no se quedarían horas y horas hablando, tomando copas, de cena o cosas peores, mejorarían los horarios”.

 

Soy la excepción: fue mi marido quien redujo su jornada

Elena Pérez es traductora y reconoce que, al ser autónoma, quiere pensar que “no tengo discriminación y que me pagan la misma tarifa que a mis colegas varones. Si descubriera que no es así, me sorprendería muchísimo”.

Elena reconoce ser también la excepción porque el primer año de vida de su hijo fue el padre el que redujo su jornada laboral para ocuparse del niño. “Es una cierta preocupación interna mía, porque trabajo en casa y no tengo jefes ni horarios, solo fechas de entrega. A veces esa flexibilidad hace que dedique menos tiempo al trabajo cuando hay una reunión o una fiesta en el cole, por ejemplo, y me cuesta organizarme de manera que luego pueda recuperar el tiempo de trabajo perdido. Mi marido se ocupa igual que yo del niño y de la casa, pero su horario no es flexible como el mío, con lo cual la que puede dejar las cosas para “luego” soy yo. Ese “luego” a veces no siempre llega, y a veces rechazo proyectos grandes por miedo a no sacar tiempo suficiente para hacerlos bien”. En cualquier caso, cree que tiene una situación ideal “tanto laboral como familiarmente” para conciliar.

La educación es fundamental para cambiar las tornas, pero no con “charlas”, sino con el ejemplo, que los niños vean que en casa todos tienen sus tareas, incluidos ellos, según su edad, pero todos por igual

En este punto, Elena asegura que “me desespera que se hable de la conciliación solo para las madres, como si los niños no tuvieran padres: los dos necesitan conciliar por igual. Se debería hablar de “parejas” que tienen que conciliar el trabajo con los hijos, no solo de “madres””.

Así que lanza un consejo a las futuras generaciones: “creo que los hombres deben asumir su responsabilidad como padres, pero también que las mujeres deben reclamar el lugar que les corresponde, por ejemplo, no aceptando convivir con un hombre que no se haga cargo de sus obligaciones. ¡Esto es conveniente averiguarlo antes de tener hijos, a ser posible!”.

Sobre el tema del salario y la precariedad considera que también le afecta, “pero ya no como mujer, sino que creo que es un problema general. ¡Cada vez es más difícil encontrar clientes que paguen una tarifa decente!”, se lamenta.

Al igual que Virginia, Elena cree que la educación es fundamental para cambiar las tornas, “pero no con “charlas”, sino con el ejemplo, que los niños vean que en casa todos tienen sus tareas, incluidos ellos, según su edad, pero todos por igual. En el cole, visibilizando más a las mujeres que en la historia, el arte o la ciencia han conseguido logros y no se les ha reconocido tanto como a los hombres”.

Sobre las leyes como la paridad en los puestos directivos, esta traductora dice entenderla pero muestra recelos. “No estás ahí solo por tus méritos, que también, sino porque había que buscar una mujer para ese puesto. Eso no me gusta del todo. Pero quizá sea necesaria para romper la inercia de muchos años de solo hombres”, aclara.

Por último, Elena reclama que las empresas no impongan “horarios inhumanos a las personas, que les impidan ver a sus hijos y estar con ellos mínimamente a diario. Creo que con eso no solo se discrimina a la mujer, sino a todo padre/madre que quiera dedicarle a sus hijos el tiempo lógico. Creo que el mayor problema y el más fácil de resolver (relativamente) está en los horarios laborales. El resto, lo que pasa en cada casa, lo veo más difícil de resolver y de regular. Si un hombre no se responsabiliza y la mujer se lo “permite”, poco puede hacer la sociedad al respecto”.

 

Los poderes públicos deberían fomentar el rol femenino

Alicia, por su parte, considera que los problemas de los que hablamos son todos importantes. “Si gano lo mismo pero me acosan, o no me acosan pero no puedo llegar a jefa, o llego a jefa pero me destituyen por querer dedicar tiempo a mis hijos…”, expone.

Aliciatrabaja en una televisión, donde la presencia de hombres y mujeres en los cargos directivos está en un 70/30. “Hay clara discriminación”, aunque en el tema salarial “está regulado por unas tablas iguales para todos. Pero la elección de quienes van a cobrar pluses o jefaturas ya no es tan inocua”, advierte.

Además, cree que hay sectores donde hay pocas mujeres y otros en los que casi solo hay mujeres. «El hecho de que las profesiones mejor pagadas sean ejercidas y estudiadas por hombres incrementa la brecha salarial. Habría que fomentar que las niñas y jóvenes estudiaran carreras universitarias que dejaran atrás el rol de cuidados, limpieza, enseñanza…”, asegura.

Álicia considera, además, que es importante que desde los poderes públicos se fomente a mujeres que “den modelo y referencia de otra manera de hacer la sociedad”. “Si las que hay perpetúan un modelo machista y patriarcal en el que «lo que hay que hacer» es estar muchas horas en los trabajos aunque no se trabaje, ser duras y poco empáticas, no dedicarte a tus hijos o tu vida personal porque lo único importante es ser productivo”.

Por eso también, en su opinión, la educación desde la más tierna infancia es clave. “Esos niños educados de diferente manera serán los que hagan las leyes y la sociedad del futuro. Pero es la pescadilla que se muerde la cola, los que están ahora no han sido educados en igualdad, por tanto no educan en igualdad a unos niños que, como no han sido educados en igualdad, tampoco lo harán”.

Además, está a favor de medidas de conciliación para todos, puesto que “la realización personal y el bienestar deberían ser un objetivo social. Que los trabajadores tengan derecho a su tiempo libre para dedicarlo a su bienestar es una inversión a largo plazo. Los ciudadanos cuidados, felices, ocupados… forman una sociedad mejor”.

Y sentencia. “No podemos seguir soportando un mundo donde tengamos miedo, donde tengamos que aguantar restregones, miraditas, frases soeces o directamente ataques…”.

 

Las leyes pueden ayudar a convertir en normal lo que ahora no lo es

Por orden de importancia, lo que más le preocupa a la periodista M. Carpena es el acoso, machismo, discriminación laboral, techo de cristal, conciliación, precariedad y salario. Sin embargo, se siente afortunada porque, en su caso, no existen grandes discriminaciones por cuestiones de género. “En mi profesión, creo que lo más grave es, junto a la falta de conciliación, la precariedad y el salario”.

Otro gallo canta, en su opinión, en sectores de actividad industriales o en el sector servicios (hostelería), donde considera que “la discriminación, el techo de cristal e incluso el machismo o acoso son más preocupante y frecuentes”.

¿Fórmula para acabar con estas cuestiones? “La base de este problema, como de prácticamente todos, es la educación. Es necesario cambiar la forma en la que educamos a los más pequeños, desde las instituciones, medios de comunicación, familias, etc… en esa igualdad”, defiende Carpena. Eso sí, cree que las leyes “también ayudarían a convertir en normal lo ahora anormal, siempre junto a esa labor de educación. Por sí sola, la legislación sería rechazada o simplemente acatada y, con ello, no se conseguiría realmente el cambio de mentalidad que necesitamos”.

También reclama el derecho a conciliar de quienes no tienen hijos como un derecho de todos. “Todos deberíamos poder, además de trabajar, tener tiempo para nuestro ocio, cuidar de los nuestros, formarnos… lo que queramos. Es una cuestión de racionalizar los horarios, flexibilizar la jornada laboral… y eso es algo a lo que debemos tener derecho todos, no solo los que son padres y madres”.

 

El techo que se autoimponen las mujeres

Jackie es empleada de una empresa pública. “En un puesto de mando intermedio como el que estoy, me gustaría que deje de verse mal el irte a una hora razonable a por tus hijos al colegio, ya que no quiero renunciar a esos deberes mientras me necesiten. Como ejemplo propio: entro a las 07:00 y me voy a las 17:00, con media hora para comer. La mayoría de reuniones se programan a última hora. Sólo se ve que te vas pronto, no que llevas más de 8 horas a pleno rendimiento. Sin contar que eres de las pocas (o la única mujer) en la mayoría de esas reuniones”, expone.

Su marido tiene un puesto y salario similar, pero en otra empresa. “Está «mejor visto» que yo me vaya a por mis hijos al colegio, se asume con mayor naturalidad, se tolera, que si lo hiciera mi marido, o compañeros hombres”.

En cuanto a cuestiones de machismo-acoso, Jackie se siente afortunada pese a que ha tenido que enfrentarse a lo largo de su vida profesional a determinados comentarios que “aún en mi generación se consienten o se es permisivo». Nos pone un ejemplo reciente: «No te preocupes por la reunión, te presentas, desfilas, un golpe de melena y tienes todo hecho. Creo que la frase habla por sí sola. Creo que el que me lo dijo dio por hecho que todos los asistentes menos yo serían hombres, si no, no encaja. También entiendo que me lo decía con buena intención, para mi tranquilidad, pero creo que no fue la manera adecuada”.

Esta responsable defiende un horario razonable para ambos sexos, aunque cree que tiene difícil solución “porque es un tema cultural español y difícil de cambiar. No se está acostumbrado a madrugar y trabajar las X horas a pleno rendimiento, se toman muchos cafés y existe un círculo vicioso en la mayoría de las empresas (si no sales tarde no progresas)”.

Se siente afortunada porque, en su caso, puede conciliar y asumir más responsabilidades laborales, pero reconoce que en la mayoría de las empresas “te descartan para mejorar profesionalmente si no sales tarde, aunque seas más eficiente que el que se va a las 22:00. Tampoco funciona si tú sales pronto y nadie más lo hace, tiene que ser una implicación generalizada, al menos a nivel equipo”.

¿Qué opinión le merecen las leyes como las que establecen la paridad en los puestos directivos? “Es una solución cortoplacista”, sentencia. “El problema a mi juicio es estructural: si hubiera una asunción equitativa de las obligaciones familiares, se llegaría a término equitativo en lo laboral, y un equilibrio en general. Si no hay un reparto equitativo y generalmente reconocido, se seguirá viendo peor la ausencia de los hombres y las mujeres seguirán asumiendo ese rol de cuidado del hogar y sacrificio profesional”.

“Creo que el techo de cristal muchas veces nos lo imponemos nosotras mismas. Tenemos una culpabilidad subyacente por abandono del hogar que nos impide llegar más alto. En mi opinión somos una generación aún intermedia: muchas mujeres venimos de familias en las que la madre cuidaba del hogar y de los hijos, y el padre volvía tarde a mesa puesta y era el que mantenía a la familia. Nos hemos incorporado al mercado de trabajo, pero queremos intentar ser como nuestras madres. Hacer operaciones de millones de euros y a la vez que el bizcocho casero te salga perfecto, y no se puede llegar a todo. Así que muchas, por culpabilidad, tienden al bizcocho, cuando harían operaciones de millones de euros mil veces mejor que un hombre, que quizá también puede cocinar estupendamente”, concluye.

 

La valía de la persona, no de su sexo

Monnypeny es profesora titular de una universidad en España que considera que los principales preocupaciones de otras mujeres “por suerte” no se dan en el departamento en el que trabaja, aunque cree que sí se dan “en algunos sectores en los que todavía la mayoría son hombres (aunque yo creo que cada vez menos menos)”. En su opinión, será gracias a la educación, tanto en casa como en los colegios, la clave para evitar el machismo.

La revolución empieza por un cambio de roles. Cuando un hombre comience a sentirse mal porque no le ha metido el bocadillo a su hijo o no se ha acordado de que tiene que llevar el chándal (…) y tenga que hacer equilibrios para que su vida personal y profesional encajen, será en ese momento cuando comiencen a cambiar las cosas

Sobre las leyes que buscan la paridad, Monnypeny cree que en ciertos casos no son viables. “Somos distintos y no tenemos los mismos gustos. Por ejemplo, en los grados de Ingeniería el número de mujeres que lo estudiaron es muy bajo, por lo que al mercado laboral ya no salen el mismo número de hombres y mujeres. Es decir, para un puesto de trabajo se presentan más hombres que mujeres. Mientras que en otros grados, como enfermería, es al contrario: la mayoría de estudiantes son mujeres y, por lo tanto, saldrán más enfermeras que enfermeros al mundo laboral”.

Por eso, también considera que los salarios “tienen que ir en función de la eficacia en el trabajo que desarrolla cada uno de no es hombre o mujer”. Por último, aboga por que, en el tema de la conciliación, «se debe realizar para todas las personas que lo necesiten por causas justificadas”.

 

Tener que demostrar por el hecho de ser mujer

Silvia es ingeniera y trabaja en una empresa pública dentro de un sector tremendamente masculino. «Soy ingeniera y en 15 años de carrera profesional he pasado por todos los problemas (salario, acoso, discriminación laboral, conciliación, precariedad, machismo, techo de cristal) con los que nos encontramos las mujeres”. Y pone el acento en uno de ellos, porque “marca profundamente”: el acoso. “El resto de aspectos los he ido interiorizando de forma que adaptas tu vida y tu forma de trabajar a las condiciones de contorno”, asegura.

¿Se pueden solucionar estos problemas? “Desafortunadamente he perdido la fe en poder avanzar en solucionar estos problemas. Puede ser que los años de experiencia y, sobre todo, el formar una familia, haga que tus prioridades vitales cambien. Creo que depende mucho de los jefes y directivos que tengas en un determinado momento. Y por supuesto es un problema de educación. No creo que se solucionen las cosas a base de leyes. Creo que se trata de educar en todos los ámbitos”, asegura Silvia.

Esta ingeniera tampoco cree en las leyes de paridad y sí en la excelencia profesional y en que los cargos de dirección sean ocupados por personas con valía demostrada. «Es cierto que a las mujeres se nos complica enormemente acceder a estos puestos. En mi opinión, uno de los principales motivos que limitan el acceso de las mujeres a los puestos de dirección es la dificultad para conciliar tu vida personal y laboral. La figura de un hombre se asocia a un directivo que no tiene compromisos personales y que puede disponer de su tiempo al 100% para la empresa, pero la imagen es distinta si hablamos de una mujer”.

Pese a todo, no está ahí el techo de cristal. “Creo firmemente en que las políticas de conciliación para hombres y mujeres son las que pueden hacer que se rompa el techo de cristal. Cuando las mujeres sintamos que no tenemos que dejar nuestra carrera profesional aparcada por formar una familia las cosas comenzarán a cambiar”, vaticina.

Y es que, en su opinión, aquí es donde está el problema. “A los hombres no se les juzga por ser padres. A las mujeres sin embargo, sí por ser madres. Cuando tienes familia, entienden que tu vida cambia porque vas a querer dedicarte más a ella. ¿Y los hombres? ¿Qué pasa con ellos?”, se pregunta.

Por eso tampoco está a favor de que se pague lo mismo a hombres y mujeres. “Los sueldos tienen que ser reflejo de la valía profesional del trabajador, con independencia de que sea hombres o mujeres”, señala.

Esta directiva reconoce que «desafortunadamente siempre he tenido la sensación que por ser mujer tengo que estar demostrando constantemente que no se me han caído las neuronas al suelo el día que di a luz. He tenido que interiorizar que tengo nuevas prioridades (todas ellas igual de importantes para mi) y que el día tiene 24 h y que no tengo tiempo suficiente para poder atenderlas a todas. Ese es mi techo de cristal y aun así lucho como la que más por ser una excelente profesional con dedicación plena a mi trabajo, y una excelente madre y esposa. Las mujeres tenemos el listón tremendamente alto y hacemos la vida tremendamente fácil a los hombres. Por ahí tiene que comenzar la revolución. En un cambio de roles. Cuando un hombre comience a sentirse mal porque no le ha metido el bocadillo en la mochila a su hijo, o se ha acordado de que tiene que llevar el chándal, que tiene que ir a clase de pintura o que tiene que llevarle a que le pongan la vacuna, y tenga que hacer equilibrios jugando al tetris para que su vida personal y profesional encajen, será en ese momento cuando comiencen a cambiar las cosas».

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